No es preciso ser emocionalmente inmaduro para incubar silenciosamente un trastorno de conducta reactivo. Basta la presencia de un ambiente coercitivo, rígido, intransigente, arbitrario y centrado en el poder de dominio para que lentamente un niño sustituya la alegría y la paz por dolorosas emociones negativas que, al reeditarse una y otra vez, configuran sentimientos negativos cada vez más arraigados: impotencia, encono, resentimiento. Incluso odio. Céspedes Amanda
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