miércoles, 18 de marzo de 2015

Nunca es fácil admitir los errores.

Creo que esta capacidad, como muchas otras, la adquirimos en la infancia y después la podemos seguir desarrollando. Si de pequeños no nos riñen por nuestros errores y nos explican con cariño las cosas inadecuadas e, incluso, peligrosas de nuestra conducta, podremos notar el arrepentimiento de manera espontánea e integrar la experiencia de que el ser humano no es infalible. En cambio, cuando los padres nos castigan por el más mínimo error, nos están transmitiendo el conocimiento de que confesar el propio fracaso es arriesgado porque ello nos arrebatará el amor de los padres. Esta experiencia puede dejarnos un legado de miedos y sentimientos de culpa permanentes. Alice Miller



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