¿Por qué ponemos tal empeño en buscar el mal «innato» en los genes?
Por la sencilla razón de que la mayoría de nosotros sufrimos maltrato siendo niños y tememos que aflore el dolor reprimido por las humillaciones padecidas entonces. Como al mismo tiempo que nos maltrataban nos hacían llegar el mensaje de que todo sucedía por nuestro bien, aprendimos a reprimir el dolor, pero el recuerdo de las humillaciones permaneció almacenado en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo. Como amábamos a nuestros padres, los creímos cuando nos decían que las palizas eran por nuestro bien. La mayoría lo sigue creyendo hoy en día y afirman que los niños no pueden ser educados sin un cachete, es decir, sin humillaciones. Y así permanecen en el círculo vicioso de la violencia y de la negación del desprecio vivido y experimentan de esta forma la necesidad de vengarse, de resarcirse, de castigar. Los sentimientos de odio reprimidos en la infancia se convierten con la edad en un odio asesino, que los grupos religiosos y las etnias disfrazan de ideología. Alice Miller
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