Del hecho de que todo agresor haya sido anteriormente una víctima no se desprende que toda persona que haya sido maltratada tenga que acabar necesariamente maltratando a sus hijos.
No tiene por que ser oligatoriamente así, pues puede que ese individuo, en su infancia, tuviera ocasión de recibir de otra persona -aunque sólo fuera una vez- algo que no fuera educación ni crueldad: un maestro, una tía, una vecina, una hermana, un hermano. Sólo la experiencia de ser querido y apreciado permite al niño identificar la crueldad como tal, percibirla y rebelarse contra ella. Sin esa experiencia le es imposible saber que en el mundo pueden existir otras cosas además de crueldad; sin esa experiencia, seguirá sometiéndose a la crueldad, y más tarde, cuando, ya adulto, disfrute del poder, la ejercerá él también, como si fuera algo completamente normal.
»Sobre todo el proceso, pues, se cierne el silencio del olvido, y se idealiza a los padres, hasta el punto de creer que jamás han cometido un error. «Y si me pegaban, sería porque me lo merecía». Esta es la versión más corriente de las torturas dejadas atrás. Alice Miller
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