lunes, 5 de octubre de 2015

La verdad primero

El odio consciente y reactivo que, como todos los sentimientos, disminuye una vez que nos permitamos experimentarlo. Si logramos reconocer con claridad que nuestros padres nos trataron de modo sádico, inevitablemente se despertará en nosotros la sensación de odio. Como hemos dicho, esta sensación puede suavizarse con el tiempo o, incluso, desaparecer del todo, pero no se solucionará con un único paso. La dimensión del maltrato sufrido en la infancia no se puede comprender de una vez. Es necesario un proceso más largo durante el cual la víctima será consciente de forma paulatina de los diferentes aspectos del maltrato, de manera que el odio pueda aparecer una y otra vez. Un odio que entonces ya no será peligroso, sino que constituye una consecuencia lógica de aquello que sucedió y que el adulto no ha podido comprender en su integridad hasta ahora, pero el niño había soportado en silencio durante años. […] El odio es un sentimiento fuerte y vital, un símbolo de que estamos vivos. Por lo tanto pagamos un precio cuando tratamos de reprimirlo [desviarlo a personas sustitutorias]. Porque el odio desea transmitirnos algo, sobre todo desea hablarnos de nuestras heridas, pero también de nosotros, de nuestros valores, de nuestra forma de vivir la sensibilidad, y debemos aprender a escucharlo y comprender el significado de su mensaje. Cuando lo consigamos no necesitaremos tener miedo al odio. Si odiamos la falsedad, la hipocresía o la mentira, nos otorgamos el derecho de luchar contra ellas, siempre que nos resulte posible, o de alejarnos de aquellas personas que sólo confían en la mentira. Pero si fingimos que no nos importa, estaremos engañándonos a nosotros mismos. Alice Miller




Facebook: Sebastián Segui (Psicología)



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