lunes, 13 de abril de 2015

El perdón hacia los padres

Una mujer muy inteligente me escribió que no quería emitir juicios generales sobre sus padres, sino ver las cosas una a una, ya que, aunque de pequeña le pegaron y la sometieron a abusos sexuales, también vivió buenos momentos junto a ellos. Su terapeuta le aseguró que debía ponderar los momentos buenos y los malos, y entender como adulta que los padres perfectos no existen y que todos, por fuerza, cometen errores. Pero no se trataba de eso. Se trataba de que esta mujer, ahora adulta, desarrollara una empatía hacia esa niña cuyo sufrimiento nadie vio, porque fue utilizada para los intereses de sus padres, intereses que gracias a su gran talento pudo satisfacer a la perfección. No obstante, si ha llegado a sentir este sufrimiento y es capaz de acompañar a la niña que lleva dentro, no debería tratar de compensar los momentos buenos con los malos, porque con ello volvería a desempeñar el rol de la niña que quería satisfacer los deseos de sus padres: quererlos, perdonarlos, recordar los buenos momentos, etcétera. La niña intentó satisfacerlos sin cesar, con la esperanza de entender las contradicciones de los mensajes y los actos de sus padres, a los que estaba expuesta. Pero este «trabajo» interior no hizo sino aumentar su confusión: era imposible que la niña comprendiera que su madre se había parapetado en un búnker interior para protegerse de sus propios sentimientos y que por eso vivía ajena a las necesidades de su hija. Y si la persona adulta entiende esto, no debería perpetuar los desesperados esfuerzos de la niña ni intentar obligarse a valorar objetivamente los hechos, oponiendo lo bueno a lo malo, sino actuar según sus propios sentimientos, que al igual que todo lo emocional son siempre subjetivos: ¿qué me atormentó durante mi infancia? ¿Qué es lo que no me permitieron sentir?
No se trata de emitir un juicio global sobre los padres, sino de encontrar la perspectiva del niño que sufre y no habla, y de romper un vínculo que yo llamo destructivo.
El camino hacia la madurez no pasa por la tolerancia a las crueldades sufridas, sino por el reconocimiento de la propia verdad y por el aumento de la empatia hacia el niño maltratado. Pasa por darse cuenta de cómo los malos tratos han entorpecido la vida entera del adulto, de cómo se desaprovecharon muchas oportunidades y de cuánta de esa desgracia se ha transmitido sin querer a la siguiente generación. Alice Miller


Facebook: Sebastián Segui (Psicología)
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