lunes, 28 de marzo de 2016

Ejercer la crueldad, el peligro de la homeostasis....

Todos nacemos sin malas intenciones y con una necesidad fuerte, clara y sin ambivalencias de conservar nuestra vida, de poder amar y ser amados. […] Pero un niño que ha experimentado la violencia, el desprecio y los abusos no puede defenderse. Todas las vías que la naturaleza ofrece para proteger la integridad humana le están vedadas, pues podría morir si protestase. Por otra parte, el organismo incompleto, que no ha finalizado todavía su desarrollo, no es capaz de soportar estos sentimientos tan dolorosos. Por lo que el niño debe reprimir, en la mayoría de los casos, los recuerdos del trauma, y siempre los sentimientos indeseados, particularmente intensos, que en general aparecen como consecuencia del trauma: la rabia asesina, los deseos de venganza y la sensación de estar amenazado por todo el mundo, pues para un niño que no cuenta con un «testigo cómplice» los padres constituyen todo su mundo. Resulta evidente que en el inconsciente de este niño se desarrolle y asiente el deseo de destruir este mundo para al final poder vivir.
Como han reprimido todos esos sentimientos, jamás experimentados de forma consciente, como nunca pudieron articular adecuadamente su necesidad de atención, verdad y amor, muchos de estos niños, heridos por su trauma, escogen el camino de la liberación simbólica, desarrollando, por ejemplo, formas de perversión y criminalidad aceptadas por la sociedad. La fabricación y el comercio de armamento o también la guerra son escenarios ideales para dar rienda suelta a esa rabia asesina reprimida que nunca se ha experimentado de forma consciente, pero que ha permanecido almacenada en el organismo. Sin embargo, esa rabia se descargará entonces sobre las personas que no la han causado, mientras que los verdaderos causantes -idealizados por el individuo que niega sus acciones- serán protegidos. Alice Miller





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