Cuando estábamos pequeños y nos pusieron límites, por lo general esperaban hasta que estaban enojados para hacerlo. A menudo junto con el límite recibíamos un ataque.
Para alguno de nosotros fue una paliza (nalgadas, golpes, pellizcos, cachetada, tirón de pelo, etc) Para otros era un abuso verbal (apodos, regaños, humillaciones) A algunos se nos aislaba, se nos alejaba de las personas que amábamos y de las cuales dependíamos. No era que nuestros padres quisieran causarnos daños (en una minoría de casos existe crueldad reiterada y verdadera falta de empatía) cuando fijaban límites. Por lo general estaban haciendo lo que pensaban que era lo mejor para nosotros (cuando no cuestionamos los modelos aprendidos del pasado repetimos el mismo patrón) Otras veces, en sus ratos difíciles, nos hicieron lo que le habían hecho a ellos. Si ellos hubiesen tenido más apoyo y más información tal vez habrían sido más bondadosos con nosotros. Pero todavía no ha habido una generación de padres que haya recibido el apoyo necesario y la información para no cometer los errores que sus padres cometieron. Patty Wipfler
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