lunes, 16 de mayo de 2016

Alice Miller. La verdad se abre paso.

Un niño no se nos puede escapar, como en otros tiempos nuestra propia madre. Podemos educar a un niño para que sea como nos gustaría que fuese. Podemos hacer que un niño nos respete, podemos imponerle nuestros propios sentimientos, reflejarnos en su cariño y admiración, podemos sentirnos fuertes a su lado, encomendarlo a una persona extraña cuando nos resulte excesivo: al final nos sentiremos el centro de la atención, pues los ojos del niño seguirán cada paso de su madre. Si una mujer ha tenido que ocultar y reprimir todas estas necesidades ante su madre, al ver a su propio hijo, por más educada que sea, esas necesidades se agitarán en las profundidades de su inconsciente y exigirán ser satisfechas. El niño lo advertirá claramente y muy pronto dejará de manifestar su propia necesidad. En la defensa contra la sensación de abandono de la primera infancia, por ejemplo, encontramos muchos mecanismos. Junto a la simple renegación tropezamos por lo general con la lucha permanente y agotadora por conseguir, con la ayuda de símbolos (drogas, grupos, cultos de todo tipo, perversiones), la satisfacción de las necesidades reprimidas y entretanto pervertidas. A menudo tropezamos con intelectualizaciones, pues ofrecen una protección de gran fiabilidad, que, sin embargo, puede resultar fatal cuando el cuerpo -como en el caso de enfermedades graves- asume la plena responsabilidad. Alice Miller



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