Alice Miller
El desprecio es el arma del débil y la capa protectora contra sentimientos que nos recuerden nuestra propia historia. Y en la base de todo desprecio, de cualquier discriminación, se encuentra el ejercicio del poder —más o menos consciente, incontrolado, oculto y tolerado por la sociedad (excepto en casos de homicidio o malos tratos corporales serios)— del adulto sobre el niño. Lo que el adulto haga con el alma de su hijo es asunto de su exclusiva competencia, la trata como si fuera propiedad suya, algo similar a lo que ocurre con los ciudadanos en un Estado totalitario. Pero el adulto nunca estará sometido a éste en la misma medida en que un niño pequeño lo está a sus padres, que desprecian sus derechos. Mientras no nos sensibilicemos ante los padecimientos del niño pequeño, este ejercicio del poder no será atendido ni tomado en serio por nadie, y sí totalmente trivializado, pues se trata tan sólo de niños. Pero estos niños se convertirán, veinte años más tarde, en adultos que les cobrarán todo esto a sus propios hijos. Puede que a nivel consciente combatan la crueldad «en el mundo», y, a la vez, se la impongan de manera inconsciente a otras personas de su entorno, porque llevan dentro de sí una idea de la crueldad a la que ya no tendrán acceso, una idea que permanece oculta tras las idealizaciones de una infancia feliz y los impulsa a cometer actos destructivos. Alice Miller
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