Como es incapaz de pensar que esta posibilidad pueda existir también sin la heroína, empezará el comprensible deseo de repetir su experiencia. Pues en esos estados de excepción el joven descubre lo que hubiera podido ser y toma contacto con su propio Yo, encuentro éste que, como es de suponer, no volverá a dejarle en paz mientras viva. No podrá seguir actuando en la vida como si, en cierto modo, su Yo nunca hubiera existido. Ahora sabe que existe. Pero sabe así mismo, desde su más tierna infancia, que este Yo verdadero no tiene oportunidad alguna de vivir. De ahí que llegue a un acuerdo con su destino: poder encontrarse de vez en cuando con su Yo sin que nadie se dé cuenta. Ni siquiera a él mismo le está permitido saberlo, porque es la «droga» lo que «realiza la experiencia»: el efecto viene «de fuera» y es difícil conseguirlo, nunca llegará a ser parte integrante de su Yo, y él mismo jamás podrá ni tendrá que asumir responsabilidad alguna por estos sentimientos. Esto lo demuestran los intervalos entre un «chute» y el siguiente: la apatía total, el letargo, el vacío o la inquietud y el miedo… el chute pasa como un sueño que se olvida y no puede tener ningún efecto sobre la totalidad de la vida. Alice Miller
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