El alivio que proporciona la negaciones, en el mejor de los casos, temporal, y el precio que se paga por él es alto. Ir a la negación es la tapa de nuestra olla de presión emocional: cuanto más tiempo la dejamos puesta, más presión juntamos. Tarde o temprano, la presión hará saltar la tapa: estamos frente a una crisis emocional. Cuando eso sucede, tenemos que enfrentar las verdades que tan desesperadamente hemos estado tratando de evitar, con el inconveniente de que ahora tenemos que hacerles frente durante un período de gran estrés. Si podemos enfrentarnos directamente con nuestra negación, podemos evitar la crisis abriendo la válvula reguladora de la presión, dejando salir fácilmente un poco de vapor.
Lo lamentable es que, probablemente, uno no tiene que lidiar sólo con su propia negación. Nuestros padres tienen sus propios sistemas de negación. Cuando uno se esfuerza por reconstruir la verdad de su pasado, y especialmente si esa verdad da una mala imagen de ellos, es probable que los padres insistan en que «las cosas no fueron tan malas» o «no sucedieron así» o incluso en que «no sucedieron», lisa y llanamente. Afirmaciones así pueden frustrar, en el hijo, los intentos de reconstruir su historia personal, y llevarlo a cuestionarse sus propias impresiones y recuerdos. Le cortan por la base la confianza en su capacidad de percibir la realidad, y en la misma medida le dificultan la tarea de reconstruir su autoestima. SUSAN FORWARD
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