El nombre de esta angustia hasta ahora no enfrentada es “impotencia.”
Aparece en cada caso de opresión. Se dramatiza a sí misma en cada ausencia de iniciativa, cada vez que no se actúa frente a la evidencia.
Sabemos desde hace ya cierto tiempo que la verdadera esencia de los seres humanos implica tomar iniciativas y avanzar agresivamente frente a los problemas. Hemos sabido que el comportamiento casi universal de no proceder decisivamente contenía algo equivocado. ¿Qué puede tener de equivocado? Si es algo distinto de la naturaleza inherente a los seres humanos tiene que ser un patrón de angustia. Si es un patrón tiene que ser un patrón crónico muy difundido, casi universal. Y debe ser seguramente un patrón crónico muy fuerte para poder explicar la enorme cantidad de pasividad y apatía existentes en la población de este mundo. ¡Por supuesto! Todos los seres humanos que conocemos (incluidos los más privilegiados), cuando niños/as, debieron sufrir una larga serie de experiencias devastadoras donde tanto su autodeterminación como sus decisiones respecto a la propia conducta se vieron desvalorizadas. Todos/as traemos al nacer la idea de que estamos a cargo de nuestro universo, una plena expectativa de un universo racional y cooperativo esperando por nosotros/ nosotras, preparado para concretar nuestros deseos. Un/ una recién nacido/a no es impotente. Posee una voz muy poderosa. En un ambiente racional esa voz sería suficiente para la inmediata realización de una acción para satisfacer los deseos del/de la infante. Los sentimientos intuitivos que tiene un/a niño/a acerca de estar plenamente a cargo deberían estar de acuerdo a la realidad. Pero el entorno al cual llega el/la recién nacido/a es una pseudo-realidad muy confusa y enmarañada por la angustia. Esperando encontrarse con seres humanos tiene en lugar de ello que enfrentarse con patrones de angustia. Esperando cooperación y amor recibe en lugar de ello desvalorización y oposición. No es sorprendente entonces que cuando haya crecido él o ella sienta profunda y crónicamente que “no hay nada ya que yo pueda hacer,” “no se puede luchar contra el gobierno,” “haré lo que me digan,” o expresiones similares de desaliento, desesperación, apatía y derrotismo. Esta acumulación derrotista de heridas tempranas es en realidad la estructura maligna subyacente en casi todos los patrones de angustia, tanto los patrones de opresión como los de desvalorización individual. Harvey Jackins
Sabemos desde hace ya cierto tiempo que la verdadera esencia de los seres humanos implica tomar iniciativas y avanzar agresivamente frente a los problemas. Hemos sabido que el comportamiento casi universal de no proceder decisivamente contenía algo equivocado. ¿Qué puede tener de equivocado? Si es algo distinto de la naturaleza inherente a los seres humanos tiene que ser un patrón de angustia. Si es un patrón tiene que ser un patrón crónico muy difundido, casi universal. Y debe ser seguramente un patrón crónico muy fuerte para poder explicar la enorme cantidad de pasividad y apatía existentes en la población de este mundo. ¡Por supuesto! Todos los seres humanos que conocemos (incluidos los más privilegiados), cuando niños/as, debieron sufrir una larga serie de experiencias devastadoras donde tanto su autodeterminación como sus decisiones respecto a la propia conducta se vieron desvalorizadas. Todos/as traemos al nacer la idea de que estamos a cargo de nuestro universo, una plena expectativa de un universo racional y cooperativo esperando por nosotros/ nosotras, preparado para concretar nuestros deseos. Un/ una recién nacido/a no es impotente. Posee una voz muy poderosa. En un ambiente racional esa voz sería suficiente para la inmediata realización de una acción para satisfacer los deseos del/de la infante. Los sentimientos intuitivos que tiene un/a niño/a acerca de estar plenamente a cargo deberían estar de acuerdo a la realidad. Pero el entorno al cual llega el/la recién nacido/a es una pseudo-realidad muy confusa y enmarañada por la angustia. Esperando encontrarse con seres humanos tiene en lugar de ello que enfrentarse con patrones de angustia. Esperando cooperación y amor recibe en lugar de ello desvalorización y oposición. No es sorprendente entonces que cuando haya crecido él o ella sienta profunda y crónicamente que “no hay nada ya que yo pueda hacer,” “no se puede luchar contra el gobierno,” “haré lo que me digan,” o expresiones similares de desaliento, desesperación, apatía y derrotismo. Esta acumulación derrotista de heridas tempranas es en realidad la estructura maligna subyacente en casi todos los patrones de angustia, tanto los patrones de opresión como los de desvalorización individual. Harvey Jackins
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