Es obvio que la actividad sexual y el amor, aunque pueden darse simultáneamente, con frecuencia están disociados porque son fenómenos fundamentalmente separados. En sí mismo, el acto de hacer el amor no es un acto de amor.
Sin embargo, la experiencia del acto sexual y, especialmente, la del orgasmo (incluso en la masturbación) es una experiencia asociada también a un grado mayor o menor de destrucción de los límites del yo, y al éxtasis correspondiente.
A causa de esta caída de los límites del yo, podemos decir «¡Te quiero!» en el momento del orgasmo incluso a una prostituta por la que unos instantes después (cuando los límites del yo recuperan su lugar) no sintamos ni un ápice de afecto. Esto no quiere decir que el éxtasis del orgasmo no pueda intensificarse si se comparte con una persona amada; en efecto, puede acrecentarse. Pero aunque no se trate de una persona amada, el hundimiento de los límites del yo que se produce con el orgasmo puede ser total; durante un segundo podemos olvidarnos por completo de quiénes somos, perdernos en el tiempo y en el espacio, sentirnos fuera de nosotros mismos, transportados. Podemos fundirnos con el universo. Pero sólo durante un segundo.
He empleado la expresión «unión mística» para designar la prolongada «unidad con el universo» que se experimenta en el verdadero amor, a diferencia de la unidad momentánea propia del orgasmo. El misticismo es esencialmente una creencia según la cual la realidad es unidad. El místico más profundo cree que nuestra percepción usual del universo como una multitud de objetos diferentes —astros, planetas, árboles, pájaros, casas,
nosotros mismos— todos separados entre sí por límites precisos es una percepción falsa, una ilusión. Los hindúes y budistas se sirven de la palabra «Maya» para designar esta percepción falsa general, este mundo de ilusión que erróneamente creemos real. Ellos y otros místicos sostienen que la verdadera realidad sólo puede conocerse experimentando la unidad, lo cual se logra eliminando los límites del yo. Es imposible captar realmente la unidad del universo mientras uno continúe considerándose en cierta manera como un objeto separado y distinto del resto del universo. Por eso, a menudo, los hindúes y los budistas afirman que el niño, antes de desarrollar los límites del yo, conoce la realidad, mientras que los adultos no la conocen. Y hasta sugieren que la senda que conduce a la iluminación o conocimiento de la unidad de la realidad, exige que suframos un proceso de regresión para volver a ser como niños. Ésta puede ser una doctrina peligrosamente tentadora para ciertos adolescentes y jóvenes que no estén preparados para asumir las responsabilidades del adulto, las cuales les parecen abrumadoras y más allá de su alcance. Estas personas pueden pensar «No tengo que pasar por todas esas cosas; puedo tratar de renunciar a ser un adulto y retirarme a la santidad sin asumir las responsabilidades del adulto». Sin embargo, al obrar de acuerdo con esta suposición, lo que se da es la esquizofrenia antes que la santidad. M. Scott Peck
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