El equilibrio es lo que nos da flexibilidad. En todas las esferas de actividad se necesita una extraordinaria flexibilidad si uno desea alcanzar el éxito. Para considerar sólo un ejemplo,
tengamos en cuenta la cuestión de la ira y su expresión. La ira es una emoción engendrada en nosotros (y en organismos menos evolucionados) por incontables generaciones a fin de favorecer nuestra supervivencia. Experimentamos ira o cólera cuando comprobamos que otro organismo intenta invadir nuestro territorio geográfico o psicológico o cuando trata de someternos de una manera u otra. Esta emoción nos lleva a devolver el golpe. Sin nuestra cólera, estaríamos retrocediendo continuamente hasta ser aplastados y exterminados. Sólo con el enfado podemos sobrevivir. Sin embargo, muy a menudo tenemos la impresión inicial de que otros se están entrometiendo en nuestras cosas, pero después de un examen más atento nos damos cuenta de que ésa no era la intención que tenían.
También puede darse el caso de que, al advertir que alguien está invadiendo nuestro terreno, nos demos cuenta de que, por una razón u otra, no nos conviene responder con ira.
En general, cuanto más afectados por la ansiedad, la culpabilidad y la inseguridad, más difícil resulta esta tarea. Por ejemplo, trabajé con una mujer esquizofrénica de treinta y dos años para quien fue una verdadera revelación enterarse de que hay algunos hombres a los que no debería dejar pasar de la puerta de la calle, otros a los que podía hacer entrar en el salón pero no en su dormitorio, y, finalmente, algunos a los que podía introducir en su dormitorio. Antes, la paciente se había comportado según un sistema de respuesta por el cual o bien dejaba entrar a todo el mundo en su dormitorio, o bien (cuando esta respuesta no parecía dar resultado) no les permitía pasar de la puerta de la calle. De esta manera fluctuaba entre una promiscuidad degradante y un árido aislamiento. M. Scott Peck
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