En este caso, cuando la persona se cría incapaz de confiar en la
estabilidad, la seguridad, la igualdad en el mundo propio, entonces se cría
desconfiando de sus propios sentimientos, percepciones y valor.
Cuando uno se cría como un ser reactivo-reflectivo, uno no
ha aprendido las habilidades necesarias para llevar una vida satisfactoria;
existe una necesidad crónica de gustar, una incapacidad para identificar
sentimientos, necesidades, deseos y una necesidad de validación constante. Este
grupo de personas tienen muchas dificultades para ser asertivos y privadamente
sienten una especie de rabia penetrante, la cual tienen miedo que saliera a la
superficie. Se sienten, por lo general, muy enojados, pero muy fácil de
derrotar. Sus relaciones interpersonales se caracterizan por falta de confianza
y sospecha al borde de la paranoia, intercambiados -a veces- con episodios
desastrosos de una apertura y confianza total y falta de juicio. Se sienten
crónicamente insatisfechos, pero estaban llenos de miedos de ser percibidos
como caprichosos o quejumbrosos, si expresaban sus verdaderos sentimientos.
Muchos de ellos pueden retener su rabia por períodos
extremadamente largos, pero luego explotan en asuntos relativamente
insignificantes. Tienen un sentimiento de vacío e insatisfacción en cuanto a lo
que lograban.
Y no es necesario que su caso sea el de una familia
narcisista abierta, esto es, no es necesario que exista un abuso abierto u
obvio: problemas de droga, abuso de alcohol, incesto, y comportamientos
agresivos de todo tipo. La familia, en realidad, puede parecer que funciona
bastante bien, el problema es que –como en la mayoría de los casos- las
disfunciones son mucho más sutiles, ya que se espera que los hijos satisfagan
las necesidades de los padres.
Pero, en la búsqueda de superar los traumas, no podemos
cambiar en lo absoluto nuestro pasado, ni anular los daños que nos hicieron en
nuestra infancia. Sin embargo, nosotros sí podemos cambiar, “repararnos",
recuperar nuestra identidad perdida. Y podemos hacerlo en la medida que podamos
observar más de cerca el saber almacenado en nuestro cuerpo sobre lo ocurrido
en el pasado y aproximarlo a nuestra conciencia. Esta vía es, sin duda,
incómoda, pero es la única que nos ofrece la posibilidad de abandonar por fin
la cárcel invisible, y sin embargo tan cruel, de la infancia, y dejar de ser
víctimas inconscientes del pasado para convertirnos en seres responsables que
conozcan su historia y vivan con ella.
La mayoría de la gente hace justo lo contrario. No quieren
saber nada de su propia historia, y, por consiguiente, tampoco saben que, en el
fondo, se hayan constantemente determinados por ella, porque siguen viviendo en
una situación infantil no resuelta y reprimida. No saben que temen y evitan
peligros que en algún momento fueron reales, pero dejaron de existir hace
tiempo. Son personas que actúan impulsadas tanto por recuerdos inconscientes
como por sentimientos y necesidades reprimidas que, a menudo y mientras
permanezcan inconscientes e inexplicadas, determinarán de forma pervertida casi
todo lo que hagan o dejen de hacer.
A lo largo de toda la vida posterior de esta persona,
estos sentimientos podrán resurgir como una reclamación al pasado pero sin que
el contexto original resulte comprensible. Descifrar su sentido sólo es posible
cuando se logra la unión de la situación originaria con los intensos
sentimientos revividos en el presente.
Si una persona ha debido ocultar, reprimir o postergar sus
necesidades, para adaptarse a la de los padres, entonces esas necesidades se
agitarán en las profundidades de su inconsciente y exigirán ser satisfechas
siendo adulto, mediante irracionales sensaciones de abandono, dolor y
desesperación.
La experiencia de la propia verdad y su conocimiento postambivalente
posibilitan en una fase adulta el retorno al propio mundo afectivo… sin
paraíso, pero con la capacidad de sentir el duelo, que nos devuelve nuestra
vitalidad y nos protege. Alice miller