(no obligados por la religión, moral , sociedad)( compasión es un término más apropiado surge naturalmente luego de un proceso de enfrentar la verdad)
Llegado a este punto, es probable que usted se esté preguntando si el primer paso no consiste en perdonar a sus padres. Mi respuesta es no, y es probable que escandalice, encolerice, desanime o confunda a muchos de mis lectores. A casi todos nosotros nos han inducido a creer exactamente lo contrario: que para sanar, el primer paso es perdonar.
¡La verdad es que no hace falta que usted perdone a sus padres para sentirse mejor consigo mismo y poder cambiar su vida!
Ciertamente, me doy cuenta de que esto es un desafío frontal a algunos de nuestros principios religiosos, espirituales, filosóficos y psicológicos más caros. De acuerdo con la ética judeocristiana, «errar es humano, perdonar es divino». Yo también se perfectamente que hay muchos expertos, en las diversas profesiones dedicadas a ayudar al prójimo, que creen sinceramente que el perdón no sólo es el primer paso, sino con frecuencia el único necesario para alcanzar la paz interior. Yo estoy en el más total desacuerdo.
Necesité considerar larga y tenazmente el concepto de perdón para empezar a preguntarme si no sería posible que en realidad impidiera el progreso en lugar de favorecerlo.
Así llegué a darme cuenta de que en el perdón hay dos facetas: renunciar a la necesidad de venganza, y absolver de responsabilidad a la parte culpable. A mí no me costaba mucho aceptar la idea de que la gente tiene que renunciar a la necesidad de desquitarse. La venganza es una motivación muy normal, pero negativa. Lo atasca a uno en fantasías obsesivas sobre cómo devolver satisfactoriamente el golpe; crea una cantidad enorme de frustración y de infelicidad, y va en contra de nuestro bienestar emocional. Por más dulce que pueda saber momentáneamente la venganza, sigue removiendo el caos emocional entre la víctima y sus padres, haciendo perder un tiempo y unas energías preciosos. Renunciar a la necesidad de venganza resulta difícil, pero evidentemente es un paso saludable.
Pero lo que no veía tan claro era la otra faceta del perdón. Tenía la sensación de que había algún error en aquello de absolver a alguien sin ningún cuestionamiento de su responsabilidad, y especialmente a quien había maltratado gravemente a un niño inocente. ¿En nombre de qué o de quién en el mundo debe alguien «perdonar» a un padre que lo aterrorizaba y lo golpeaba, convirtiendo así su niñez en un infierno? ¿Cómo se espera que alguien pueda «pasar por alto» el hecho de que al regresar a casa se encontraba con todo a oscuras y tenía que ocuparse, casi día tras día, de una madre borracha? Y realmente, ¿tiene una mujer que «perdonar» a un padre que la violaba cuando ella tenía siete años?
Cuanto más lo pensaba, más cuenta me daba de que esta absolución era, en realidad, una forma más de negación: «Si yo te perdono, los dos podremos fingir que nada de lo que sucedió era tan terrible». Así llegué a darme cuenta de que este aspecto del perdón impedía que muchas personas pudieran llevar adelante su vida. SUSAN FORWARD
Podemos sentir compasión por las personas y entender muchas cosas, y al mismo tiempo cuestionar e indignarnos por las conductas brutales e injusticia. No tienen por que ser excluyentes ambos sentimientos.
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